viernes, 4 de noviembre de 2011

Siempre nos quemará Madrid.

Lejos, como cuando llueve y piensas en el otro lado del charco. Lejos como cuando las cicatrices sólo eran heridas infectadas de rencor y malos hábitos. Lejos como un viernes, si la monotonía te aprieta el cuello con sus días y te ahogan los problemas. Lejos, como casi todas las primeras veces y los tropiezos con la misma piedra.

Pero lejos, sólo es distancia y distancia es tiempo, distancia es dinero. Y el tiempo corre y yo reduzco tanto el paso que todo está tan lejos y tan despacio.

Pero nos queda mezclarnos en espirales de cobre, dedicarnos nuestros carácteres, y no, no te hablo de mostrarnos nuestra naturaleza, ni condición. Pero nos queda recordarnos sin adornos, como instantáneas de Polaroid o corriendo como el tiempo por alargar otra despedida.

Y nos recuerdo con marcas, de clavarnos las uñas y las miradas, con los trapos sucios, sudados, tirados en la alfombra, chillándonos como muelles oxidados, masticando la soledad que no supimos digerir y escupiéndonos necesidad a los oídos. Con la puerta cerrada y los testigos fuera de esas 4 paredes preguntándole al polvo, y no al amor, como John Fante.


Qué le jodan al Secreto de Victoria. Quiero estar entre sus piernas.


2 comentarios:

  1. Esa última línea borra por completo vuestra distancia.

    ResponderEliminar
  2. De esos textos que lees una y otra vez y no sabes qué parte de todas te gusta más.

    ResponderEliminar